Las gallinas que se mantienen encerradas para producir huevos son de los animales más maltratados y explotados por la industria.
La alimentación del ser humano es la causa que a día de hoy mayor sufrimiento animal genera. A pesar de que sean cada vez más los estudios científicos que indican que el ser humano puede vivir perfectamente sin necesidad de comer productos animales, el consumo de los mismos nos ha llevado a cometer todo tipo de atrocidades a daño de los animales: selección genética para que las gallinas pongan más huevos, para que los pollos crezcan más o para que las vacas tengan crías de mayor tamaño; intensificación de los sistemas de producción, separación madre-cría, mutilaciones, y un triste y largo etcétera.
Por encima de todo, el uso de animales para la alimentación implica un grave problema de tipo ético: los animales no humanos, al igual que cualquier ser vivo y sintiente, tienen la necesidad y el anhelo de vivir su vida. Y de hacerlo sin sufrimiento, ni estrés, en condiciones que les permitan desarrollar los comportamientos intrínsecos de su especie y de disfrutar de las relaciones naturales con los demás animales. Independientemente de cómo trascurren sus existencias, estos animales son sacrificados antes de tiempo. Y este hecho por sí solo, imposibilita justificar el uso de animales para la alimentación ya que no existe manera “humana” de matar a alguien que quiere vivir.
En este artículo, desde FAADA, queremos hacer especial hincapié en las implicaciones de la producción de huevos, productos entre los más consumidos por el ser humano de forma tanto directa como indirecta (en bollería, mayonesas, croquetas, etc.) y que el público en general no suele asociar con un posible sufrimiento de los animales.
Parémonos entonces a pensar por un momento: si hay 48 millones de aves en España, ¿dónde están estos animales? La respuesta es sencilla aunque no muy agradable: están hacinadas en granjas.
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España se sitúa en segunda posición como productor de huevos dentro de la Unión Europea que, a su vez, también es el segundo productor de huevos a nivel mundial. Para conseguir estos niveles de producción (7.350 miles de toneladas de huevos recogidos en 2015 en la UE) obviamente solo se puede mantener a las aves confinadas en granjas intensivas y produciendo a un ritmo exponencialmente superior al que lo harían de forma natural.
En España el sistema en el que viven las aves utilizadas para la producción de huevos es mayoritariamente intensivo en jaulas (93%): tan sólo un 7% de los animales se cría de forma alternativa (suelo, camperas y sistema ecológico).
Los animales llegan a poner un huevo al día debido a la selección genética de las gallinas que más huevos ponían y la alteración de sus ritmos biológicos para conseguir que estén activas más horas al día. Las gallinas que se utilizan para este tipo de producción se suelen denominar “ponedoras” ya que han sido seleccionadas genéticamente para que produzcan mayor cantidad de huevos.
En su origen, estos animales ponían unos 20 huevos al año, durante un periodo de 10 o 12 años. A lo largo del tiempo, y debido a la selección genética, la actual gallina ponedora puede producir casi un huevo al día (aproximadamente 1 cada 27 horas). Esta producción exagerada y anti-natural hace que los animales sufran de osteoporosis y envejecimiento avanzado y fracturas de los huesos debido a la falta de calcio y de movilidad.
En su estado natural, las gallinas, animales muy sensibles y fácilmente sujetos al estrés, cuidan de sus polluelos desde el primer día y les protegen bajo sus alas. Así mismo, estos animales son activos durante las horas de luz, pasan entre el 50 y el 90% de su tiempo buscando comida y picoteando, preparan el nido para la puesta y descansan durante la noche en lugares altos con el objetivo de protegerse de los depredadores. Se bañan en polvo cada dos días y les gusta revolcarse en la tierra.
Si en las granjas no disponen de material para “anidar”, acaban arrancándose las plumas o atacándose entre ellas, comportamientos conocidos como picaje o canibalismo y que llevan a sus explotadores a cortarles el pico sin anestesia antes de los 10 días de edad.
Con el objetivo de obtener gallinas “ponedoras” existen explotaciones que se dedican a criar a los pollitos hembra, tras haberlos sexado. Lo que las personas suelen desconocer y que posiblemente representa el lado más cruel de esta industria, es que los pollitos macho que nacen no tienen ningún interés comercial y por lo tanto acaban triturados vivos para obtener subproductos poco valorados en el mercado. Una vez alcanzada la madurez total, y cuando el 5% del lote de animales pone huevos, se transporta a las gallinas a los recintos definitivos de ponedoras, que suelen ser jaulas.
Dicho sistema es el más común debido a su “eficiencia” en cuanto al aprovechamiento del espacio ya que permite, literalmente, explotar al máximo a los animales. En estas jaulas las gallinas viven en un espacio menor a un folio, unos 750 cm2 de superficie por animal.
En las granjas no se permite a las gallinas vivir más allá de los 18 meses de edad, cuando ya han alcanzado la madurez y comienzan un proceso conocido como “muda”. Durante esta muda los animales dejan de poner tantos huevos, por lo que a los granjeros les conviene enviarlas al matadero para su sacrificio ya que su producción de huevos no les resulta tan “rentable”.
Muchos de los animales mueren de camino al matadero en los camiones debido a las lesiones y el estrés que sufren durante el viaje. En el caso de las aves, además, al ser tan fácil manejarlas, los operarios las cargan en el camión sujetándolas por las patas traseras hasta de tres en tres y de forma rápida y brusca, por lo que muchas lesiones y hematomas se producen en ese momento.
En los camiones viajan unas 15 aves por jaula, pudiendo caber hasta un total de 5.000 aves. Como es fácil de imaginar, debido al hacinamiento y a las condiciones de temperatura y humedad en el camión, los animales sufren altos niveles de estrés durante el viaje y varios fallecen antes de haber llegado al destino final. Una vez en el matadero, los animales pasan a una “sala de espera” donde se procede a su aturdimiento y sacrificio. El aturdimiento se realiza mediante corriente eléctrica: las aves son sujetas por las patas, colgadas boca abajo y se pasa su cabeza por un baño de agua electrificada durante unos 4 segundos. Todo este proceso, obviamente, provoca un gran estrés a las gallinas y, en ocasiones, al estrés se suma el dolor cuando no se realiza todo como estipulado debido a la falta de atención o formación por parte del personal o bien porque el sistema está automatizado y no se supervisa lo suficiente.
Lo mismo pasa con el sacrificio, mediante degollamiento, que debería realizarse antes de 15 segundos tras el aturdimiento para asegurar que los animales no recuperan la consciencia.
En definitiva, con toda la información en la mano sobre el cruel ciclo de vida de las gallinas utilizadas para la producción de huevos, esperamos que los lectores decidan preguntarse si quizá no ha llegado el momento de darle una oportunidad a las muchas alternativas vegetales y saludables que existen al consumo de este producto y que no implican explotación animal.
Para más información viste www.faada.org
Autora: Carla Cornella, presidenta de FAADA
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