Vivimos, al menos en esta parte del planeta, en una realidad tan desvinculada de la Naturaleza, que todo lo que llega a nuestras manos ha pasado por tantos procesos de transformación, que ha perdido su identidad original. Lo desconocemos casi todo sobre temas esenciales para nuestra supervivencia como plantar semillas, cosechar frutos o construir un refugio, por poner algunos ejemplos. Hoy hablamos de la cruda realidad del atún.
Así que, sencillamente nos ponemos en manos de las grandes corporaciones que lo hacen todo por nosotros, a cambio de nuestro tiempo, esfuerzo y dinero. No nos paramos a pensar qué hay tras gestos tan cotidianos como encender nuestro smartphone, lavarnos el pelo con champú, tomar un refresco con una pajita o comer una hamburguesa.
La disociación que existe entre los alimentos tal y como nos los venden y el lugar del que proceden es tan brutal, que deben pasar unos cuantos años hasta que hacemos la conexión entre el sandwich de jamón y el cerdo rosado que parlotea mientras escarba con su hocico en el suelo. La mayoría de los productos de origen animal llevan nombres ambiguos. Solomillo, en vez de espalda de vaca. Jamón, en lugar de pierna. Entrecot, a la carne entre las costillas, etc. Además, se venden en porciones mínimas, de forma que es casi imposible relacionarlos con lo que fueron en vida. Con el atún ocurre algo parecido.
¿Cuánta gente sabe cómo son los atunes o qué tamaño tienen?
Por lo general, lo asociamos a esa carne pálida que se deshace en láminas, que encontramos en latas de conserva. Lo vaciamos en nuestra ensalada y listo. Pero no, el atún no sale de la lata.
Los peces son grandes desconocidos para los humanos y nos cuesta empatizar con ellos, principalmente por las grandes diferencias morfológicas que nos separan. Sin embargo, los habitantes del mundo submarino disfrutan de un amplio abanico de sensaciones, así como capacidades mentales complejas. Los peces cuentan con un rico mundo emocional, al igual que cualquier otra especie animal. Sienten dolor, placer, alegría, curiosidad, miedo, estrés y ansiedad, entre otras muchas sensaciones que les permiten estar conectados con el entorno que les rodea y con los miembros de su especie.
A pesar de tener un cerebro más pequeño que otras especies animales, se han encontrado semejanzas, en su forma y en su funcionamiento, con el de otros animales vertebrados. Por ejemplo, existen similitudes entre la región del hipocampo de los peces, (que es la parte que rige la memoria espacial y el aprendizaje), con la amígdala, (que regula las emociones), de algunos mamíferos. También se ha comprobado la presencia en los peces de un fenómeno denominado “fiebre emocional”, que se produce cuando los animales se encuentran sometidos ante un estímulo externo estresante. Se había detectado previamente en mamíferos, aves o reptiles y se cree que podría estar relacionado con cierto grado de conciencia. Es decir que, en contra de lo que se pensaba, los peces desencadenan respuestas fisiológicas y neuromoleculares en su sistema nervioso central, como respuesta a estímulos emocionales.
Sabiendo esto, podemos hacernos a la idea de hasta qué punto padecen los peces en los acuarios, en las piscifactorías o en las redes de pesca. La crueldad de los distintos métodos de pesca provoca un sufrimiento inconmensurable en millones de individuos que no gozan de ningún tipo de protección legislativa contra el maltrato animal. Los peces son los grandes olvidados y sin embargo, la pesca industrial implica la muerte del mayor número de animales, superando con creces la producción ganadera. Las capturas de estos animales en alta mar son verdaderas torturas, ya que los peces mueren aplastados, literalmente reventados por el cambio de presión, asfixiados y agonizando durante largo rato o diseccionados o congelados vivos.
El caso del atún rojo es especialmente estremecedor
Uno de los trucos de pesca más utilizados es aprovechar la época de la migración de estos animales, que al igual que los salmones, regresan a su lugar de cría para desovar. Así pues, se coloca un sistema laberíntico de redes en el trayecto de los atunes en el que entrarán de forma instintiva. Esta trampa se denomina almadraba, una palabra que proviene del árabe hispánico y que significa “lugar donde se lucha o se golpea”. Los operarios lo comparan a un sistema digestivo confeccionado con malla y con una serie de cámaras por las que los peces pueden avanzar, pero no retroceder. Al final llegan a una cavidad sin salida, como una especie de calcetín, que se conoce como la “cámara de la muerte”, donde se van amontonando para posteriormente ser masacrados. Los atunes, cuando se sienten acorralados, comienzan a agitarse en un estado de pánico extremo hiriéndose entre ellos, y es entonces cuando la cámara se iza desde fondo hacia la superficie y todos los animales atrapados son arponeados o acuchillados en las arterias para favorecer el desangrado. Pocos tienen una muerte rápida. Todos ellos luchan desesperadamente por su vida, agitándose entre la sangre que lo tiñe todo de rojo, asfixiándose lentamente.
Las almadrabas se instalan en zonas estratégicas repartidas entre algunas regiones costeras de Italia, como Cerdeña o Sicilia, y la zona sur de la Península. Se aprovecha así la ruta milenaria que hacen los atunes en los meses de primavera y verano desde las aguas del Atlántico hacia el Mediterráneo, cruzando el estrecho de Gibraltar.
Y esa es la desgracia y la condena de los atunes, seguir su instinto migratorio en busca de aguas más cálidas
Se trata de una especie de gran tamaño con una esperanza de vida que puede superar los 30 años. Otras especies de atún como el listado, el bonito del norte, el rabil, el patudo o el rojo, se pescan con redes de arrastre. Se trata de una práctica sumamente destructiva que arrasa con el fondo marino, y muy cruel para los animales capturados quienes mueren aplastados o por causa de la descompresión que les hace estallar por dentro. ç
Obviamente, entre las toneladas de peces, no se recogen solamente atunes, también quedan atrapadas otras especies marinas, que con frecuencia mueren y son arrojadas de nuevo al mar. Otras modalidades de pesca consideradas más sostenibles, requieren el uso de cebos consistentes en otros peces más pequeños como sardinas, boquerones o caballas. Sus cuerpos se ensartan en grandes anzuelos por el lomo o por el ojo, a veces incluso pisados, para que estén un poco destripados y atraigan a los atunes.
Estos peces tan longevos, a lo largo de sus vidas, llegan a memorizar rutas de miles de kilómetros y pueden reconocer hasta un centenar de individuos distintos y recordarlos durante meses. También cuentan con habilidades que les permiten usar herramientas y estrategias para conseguir alimentos. Pero independientemente de sus capacidades cognitivas, lo que es evidente es que los atunes y los peces en general, experimentan el dolor y el miedo de forma muy similar a los animales terrestres. La única diferencia es que ellos no pueden gritar.
Algo tan simple como abrir una pequeña lata de atún para incorporarlo en nuestra comida es un hábito que esconde una terrible historia detrás, que todo el mundo debería conocer.
Autora: Noemí Alba, Activista por los derechos de los animales
Bueno y Vegano, tu mensual 100% vegano
Publicado en Bueno y Vegano Enero 2019
Suscríbete a la Newsletter y recibe Bueno y Vegano gratis cada mes en tu correo