A lo largo de la historia, los humanos que han viajado y explorado el mundo han transportado consigo plantas y animales, en ocasiones de manera deliberada y otras veces sin pretenderlo. Cuando estas especies no nativas encuentran un nuevo lugar donde prosperar en un ecosistema distinto y comienzan a ocasionar dificultades, se les denomina especies invasoras.

Para que una especie introducida se transforme en invasora debe poseer determinadas características biológicas que le permitan arraigarse y prevalecer en el nuevo entorno. Algunas de estas características pueden estar vinculadas a su rango de distribución o sus ciclos reproductivos, lo que facilita su rápida propagación y expansión en el nuevo ecosistema. Además, una especie puede adquirir la condición de invasora si en el nuevo hábitat no existen depredadores o competidores naturales que regulen el crecimiento de sus poblaciones. Con frecuencia, estas especies son introducidas de manera intencionada en relación con actividades como la piscicultura, el comercio de mascotas y la horticultura.
En España, se pueden identificar varias especies invasoras cuya proliferación se encuentra fuera de control. En el ámbito de los insectos, tenemos el mosquito tigre y la avispa asiática. En el reino vegetal destacan la mimosa, el ailanto, la uña de gato y el jacinto de agua, entre otros. Donde crecen estas especies, desaparece la flora autóctona. En cuanto a los animales, los que más preocupan son la cotorra argentina y el mapache. Además, en el año 2019, el Catálogo de Especies Invasoras se actualizó para incluir al cerdo vietnamita. Se trata de especies que ahora están en el punto de mira a causa del mascotismo y del deseo humano de adquirir animales exóticos como un simple complemento para lucir.
Pero hoy queremos hablar concretamente del mapache, ese simpático animal que protagoniza miles de divertidos y tiernos videos en redes sociales. Ha sido precisamente ese aspecto de peluche esponjoso y su carácter vivaz lo que ahora le está condenando a ser objetivo de campañas de caza y exterminio. Como sabemos bien, en control ético de las poblaciones de animales no suele considerarse como una opción.
El problema medioambiental que el ser humano ha creado traficando especies, pretende solucionarse mediante la aniquilación de individuos
La historia de este pequeño mamífero tuvo sus inicios en Madrid a principios del siglo. Algunos residentes del municipio de Rivas Vaciamadrid, ubicado en el este de la región, optaron por traer a estos pequeños animales desde Norteamérica con la intención de domesticarlos y tenerlos como compañeros. Sin embargo, sus planes no salieron bien. No está claro si los mapaches escaparon por sí mismos de los hogares o si sus dueños los abandonaron al percatarse de su naturaleza indomable. Lo cierto es que en 2003 se detectaron huellas de estos animales en el Parque Regional Sureste de Madrid. Con el tiempo, se descubrió que se trataba de dos hembras. Estas dos hembras fueron las primeras en ser halladas en la Península. Hasta el año 2018 (que es el último año con datos disponibles), solo en la ciudad de Madrid se logró la captura de 814 ejemplares de esta especie.
Sin embargo, la primera vez que se vio un mapache en libertad en España ocurrió en Mallorca, concretamente en la localidad de Algaida, cuando un cazador encontró al animal en el campo y lo abatió. Posteriormente, en el año 2006, se empezaron a descubrir pelos y huellas de dos individuos en Puigpunyent, y también se logró fotografiar a otro ejemplar en Lloret de Vistalegre. Se cree que alguno de estos mapaches podría haber escapado de algún zoológico clandestino. En la actualidad se ha registrado la presencia de mapaches en estado de libertad en diversas regiones de España como Cataluña, Comunidad Valenciana, País Vasco, Castilla-La Mancha, Andalucía, Asturias, Galicia, Canarias, además de Madrid y Baleares.

El Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico reconoce que la erradicación de esta especie resulta altamente complicada. Lo único que ha incentivado hasta ahora son medidas de control mediante trampas. La técnica más comúnmente utilizada para capturarlos es la jaula trampa, un dispositivo que suele contener cebos para atraer a los mapaches. Se emplean alimentos atractivos para atraer a estos animales, como mantequilla de cacahuete, nubes de azúcar o huevos de gallina. Durante el invierno, también se utilizan sardinas en aceite vegetal, ya que emiten un aroma más fuerte y enseguida atrae a los animales. Cuando el mapache intenta coger el alimento, un cepo se activa y atrapa su mano, o ambas. Lo que ocurre a continuación no es necesario describirlo. Utilizando este método, en el año 2014 se lograron capturar 53 ejemplares; en 2015, la cifra aumentó a 73; en tanto que en los años 2016 y 2017 se registraron 85 capturas en cada uno. Para el año 2018, se contabilizaron 107 ejemplares apresados. Sin embargo, a medida que la población de esta especie continúa creciendo anualmente, muchos expertos opinan que las medidas de control actuales podrían no ser suficientes.
Los mapaches tienen una inteligencia comparable a la de los perros y gatos domésticos. Tienen una gran capacidad de aprendizaje y unos órganos sensoriales increíblemente desarrollados. Es una especie oportunista, y esto facilita su adaptación y prosperidad en ecosistemas ajenos. No todos los animales que se introducen en nuevos entornos logran sobrevivir y asentarse; existe una regla ecológica que establece que apenas el 10% de las especies introducidas logra hacerlo. Aquellas que muestran características «oportunistas» cuentan con ventajas significativas, ya que son capaces de aprovechar eficazmente los recursos que tengan a su disposición en el momento presente.
Los mapaches tienen una inteligencia comparable a la de los perros y gatos domésticos
Su influencia en los ecosistemas es considerable debido a su voracidad y comportamiento agresivo. Esta especie tiene la capacidad de desplazar, consumir y, en ciertos casos, poner en riesgo la supervivencia de varios grupos taxonómicos. Aunque su dieta es omnívora, se le considera un cazador potencial de pequeños y medianos mamíferos, así como aves, y también puede depredar todo tipo de nidos, lo que resulta en un impacto significativo en numerosas especies.
Además, compite por el territorio con otros mesopredadores autóctonos, como tejones, nutrias, turones y garduñas. Esta lucha por el espacio puede conducir a la extinción de especies autóctonas, como es el caso del desmán de los Pirineos, una especie ya amenazada que ha desaparecido debido a la presencia de estas especies exóticas.
El mascotismo es la práctica de mantener en cautiverio animales silvestres como si fueran animales de compañía o mascotas. La nueva ley de protección animal intentará limitar esta práctica, aunque el daño ya está hecho. El problema medioambiental que el ser humano ha creado traficando especies, pretende solucionarse mediante la aniquilación de individuos. Esa es una de las grandes brechas entre el ecologismo y el antiespecismo: la vida del individuo no tiene valor, solo importa su función dentro de un ecosistema.
Establecer límites a las especies exóticas invasoras (EEI) de forma ética y eficiente requiere el desarrollo de estrategias a nivel nacional. Las regulaciones europeas y españolas incluyen una disposición que destaca la importancia de considerar el bienestar animal en el control de estas invasiones, siempre y cuando no se comprometa la viabilidad económica y la eficacia de las medidas. El dinero, al final, es lo más importante. Por otro lado, muchos expertos sostienen en la actualidad que la única medida verdaderamente efectiva para abordar este problema es la eliminación de dichas especies. Aplicar métodos éticos, como la esterilización, sería un proceso demasiado lento y resultaría en una pérdida de terreno y un avance ventajoso para la especie invasora. «Matar para conservar», es el lema de los biólogos.
Autora: Noemí Alba, Activista por los derechos de los animales
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