Dentro del mundo de la tauromaquia existe una competición hípica que se conoce como «Acoso y derribo». El nombre no deja lugar a dudas y es exactamente lo que parece. En estos concursos o espectáculos, participan varias agrupaciones que se conocen como «colleras». Cada collera está formada por un equipo de tres personas, dos «garrochistas» y un «amparado», que es el que se encarga de derribar al animal, generalmente, un ternero. Esto se hace en un terreno acotado y en un tiempo mínimo fijado. Tanto los garrochistas como el amparador utilizan una herramienta que se llama garrocha, que consiste en una barra de unos 3 metros de largo con una puya bien afilada en uno de los extremos.

Acoso y derribo

Esta cruenta actividad comenzó a practicarse a mitad del siglo XIX y se mantuvo hasta mitad del XX. Era un procedimiento que utilizaban los ganaderos de razas de lidia para la tienta, es decir, para comprobar como era su comportamiento y saber si tenía cualidades de bravura. Se usaba como un complemento al «tentadero» que se sigue aplicando en la actualidad como una prueba de selección genética.

El tentadero consiste, básicamente, en torear a los toros, machos y hembras, para observar si son lo suficientemente bravos como para continuar un linaje. De ahí salen las diferentes ganaderías de toros bravos en España. El acoso y derribo se empleaba como método complementario de selección y permitía a los ganaderos observar las reacciones del toro ante la agresión. Se valoraba el tiempo de reacción, lo rápido que se incorporaba, o si reaccionaba embistiendo bravamente o, por el contrario, aceptando la humillación y huyendo.

El método fue quedando en desuso debido a las graves lesiones que sufrían las reses, pero pasó a convertirse en una actividad de ocio o competición deportiva en la que participaban un grupo pequeño de público y de jinetes por pura diversión.

Estos campeonatos se celebran en fincas privadas donde los becerros son acosados y torturados a manos de los jinetes con sus garrochas

En la actualidad se sigue usando en algunas ganaderías, bien como complemento al tentadero, o bien como reclamo para atraer clientes, es decir, compradores de toros y terneros. También hay toreros muy famosos que siguen practicando esta actividad. Porque efectivamente, el acoso y derribo de terneros sigue estando permitido en cuatro Comunidades Autónomas: Andalucía, Castilla-La Mancha, Castilla y León y Andalucía, a pesar de que cuentan con leyes autonómicas donde se prohíbe expresamente la violencia contra las reses. Aun así, estos campeonatos se celebran en fincas privadas donde los becerros son acosados y torturados a manos de los jinetes con sus garrochas. Estas competiciones están subvencionadas por las federaciones hípicas y por los Gobiernos Regionales y los Ayuntamientos.

Se trata de un evento similar al repudiado Toro de la Vega de Tordesillas. Se lleva a cabo en una extensa finca donde los jinetes persiguen a los terneros de forma implacable durante al menos 500 metros para permitir que el animal alcance una buena velocidad de carrera. Finalmente, clavan la puya con fuerza en la base de la cola para que el ternero vuelque por el dolor y se desplome de la forma más aparatosa posible. A menudo salen literalmente volando y, de hecho, lo que se valora de esta competición es la espectacularidad de la caída. Cuanto más violenta sea, más puntos gana el caballista. Si da una voltereta completa, obtiene puntos extra.

Acoso y derribo
©Manuel González. Picador con garrocha

La violencia de esta actividad es terrible, pero está catalogada como deporte ecuestre en estas comunidades y, por lo tanto, entra dentro de las excepciones que quedan fuera de la nueva Ley de Protección Animal aprobada recientemente. El texto especifica que «los animales utilizados en actividades específicas (las deportivas reconocidas por el Consejo Superior de Deportes, las aves de cetrería, los perros pastores y de guarda del ganado) así como los utilizados en actividades profesionales (dedicados a una actividad o cometido concreto realizado conjuntamente con su responsable en un entorno profesional o laboral, como los perros de rescate, animales de compañía utilizados en intervenciones asistidas o los animales de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad o de las Fuerzas Armadas). Igualmente, quedarán excluidos los perros de caza, rehalas y animales auxiliares de caza. Todos ellos se regulan y quedarán protegidos por la normativa vigente europea, estatal y autonómica correspondiente, y que les sea de aplicación al margen de esta ley». El acoso y derribo, por lo tanto, estaría protegido por la ley nacional, al mismo tiempo que entra en contradicción con las leyes autonómicas donde se sigue celebrando.

Estas competiciones están subvencionadas por las federaciones hípicas y por los Gobiernos Regionales y los Ayuntamientos

Mientras que Andalucía defiende que el maltrato de terneros es legal, Castilla y León sostiene que va a estudiar si se está vulnerado su ley autonómica de bienestar animal. Castilla-La Mancha delega cualquier decisión en las federaciones hípicas y Extremadura dice que el acoso y derribo no está reconocido como modalidad deportiva y asegura desconocer si infringe la ley de protección animal de la autonomía. Según los cálculos de las diferentes federaciones, estas competiciones reúnen hasta 7.000 espectadores cada año.

La ley 32/2007 de ámbito nacional obliga a las Administraciones de cualquier Comunidad Autónoma a velar porque los animales «no padezcan dolores, sufrimientos o daños inútiles». Además, se considera infracción muy grave que se incumplan estas obligaciones «cuando concurra la intención de provocar la tortura o muerte de los mismos». Algo que claramente ocurre durante esta práctica, donde los organizadores deben disponer de tractores con pala para recoger a los terneros con fracturas y los cadáveres de los que han muerto en el torneo.

La situación ha provocado algunos movimientos para que se revise esta actividad. La Fiscalía de Cádiz, el Departamento de Sanidad Animal de la Junta de Andalucía y la asociación Abogacía Andaluza por la Defensa Animal han advertido repetidamente de que está vulnerando la ley e incluso se ha interpuesto una denuncia al Ejecutivo por no prohibir estos torneos.

La Federación Hípica Española eliminó el acoso y derribo como deporte en 2010, mientras que las cuatro federaciones que lo amparan como tal comparten un reglamento intercomunitario para regular unas competiciones que están en el punto de mira de muchos colectivos animalistas.

La presión ciudadana es fundamental para acabar con la inacción de los gobiernos y que poco a poco se empiece a proteger, de verdad, a los animales

Recientemente, decidieron cambiar el nombre y ahora se llama «doma y faenas del campo». Además, en el reglamento se han modificado algunas cosas, eliminando términos que aludían a actos violentos y abusivos para sustituirlos por eufemismos ambiguos. Evidentemente, el espíritu de la competición es el mismo. En Castilla y León se celebran unas ocho competiciones al año; en Castilla-La Mancha, en 2022, hubo cuatro torneos de acoso y derribo; en Andalucía, hay unos cinco al año y en Extremadura, se celebran hasta ocho torneos. Mientras tanto, Gobiernos autonómicos, federaciones y Administraciones, aprovechan este limbo legal para desentenderse de cualquier responsabilidad.

El acoso y derribo es una de las muchas tradiciones vergonzosas que perviven en nuestro país y que nos colocan en cabeza como uno de los lugares con mayor tasa de maltrato animal. La presión ciudadana es fundamental para acabar con la inacción de los gobiernos y que poco a poco se empiece a proteger, de verdad, a los animales.

Autora: Noemí Alba, Activista por los derechos de los animales

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