El veganismo ha pasado en pocos años de ser considerado un movimiento marginal –algo de cuatro hippies o sectarios- a ser una tendencia al alza, a la que se suman más y más personas de todo el mundo. Y no ha sido hasta hace poco, cuando el capitalismo, atraído por los grandes beneficios económicos de un nicho de mercado en auge, ha querido asimilarlo.

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Nacimiento y boom

El veganismo existe oficialmente desde el año 1944, si bien el concepto de vivir sin consumir productos de origen animal ha formado parte de otras culturas y religiones desde hace siglos. Ha tenido un crecimiento continuo, pero lento. Y el boom ha llegado en la última década. Incluso la revista británica The Economist bautizó el año 2019 como el año del veganismo, y en 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendó seguir una dieta basada en plantas para tener una vida saludable.

Los estereotipos sobre la palabra vegano han cambiado y, aunque todavía queda mucho por hacer, ya no son tan negativos. Ser una persona vegana ya no es ser rara y en algunos ambientes puede ser hasta guay. Asimismo, arrastrados por el impacto de las redes sociales, algunos medios de comunicación tradicionales han empezado a hablar más de la dieta vegana y a mostrar qué se esconde detrás de la ganadería industrial. El veganismo, especialmente en lo que se refiere a la alimentación, también ha entrado en la agenda pública y política.

Y a más personas veganas, más demanda de productos plant-based. El mercado mundial de carne vegetal ha pasado de 3.600 millones de dólares estadounidenses en 2020 a 4.200 millones en 2021, según MarketsandMarkets. Un jugoso negocio en el que han puesto el foco las grandes multinacionales de la industria alimentaria que astutamente han conseguido normalizar un mercado marginal. Actualmente, pueden comprarse productos veganos en grandes superficies y degustarlos en cadenas de comida rápida como Burger King, Subway, McDonald’s y KFC. Estas compañías los lanzan como innovadores con grandes campañas de marketing y consiguen llegar a un gran número de personas, incluso a algunas que no se habían planteado consumir alternativas de la carne antes, a pesar de que existen desde hace años. También empresas cárnicas como Tyson Foods, Cargill y Campofrío han sacado líneas de carne vegetal. Pero no olvidemos que las principales ganancias de estas compañías llegan de pollos, vacas y cerdos, entre otros, explotados y asesinados.

El veganismo va más allá de la dieta. Si permitimos que se ponga el foco sólo en la comida, no avanzaremos para acabar con la crueldad animal

A veces sin saberlo, nuestro dinero también acaba en multinacionales que viven de explotar a animales. Por ejemplo, Alpro, marca líder en bebidas vegetales, forma parte de la francesa Danone, conocida por sus productos lácteos; The Vegetarian Butcher es de la británica Unilever, que también tiene otras marcas como Magnum y Knorr; Linda McCartney es de la estadounidense Hain Celestial, que comercializa carne y pescado; y el queso Violife es de Upfield, propiedad de la compañía de inversión global estadounidense KKR, que a su vez invierte en compañías farmacéuticas que experimentan con animales y en empresas que producen carne. ¿Son, entonces, todos los productos mencionados previamente verdaderamente veganos? ¿Con estas corporaciones se va a conseguir la liberación animal?

Aunque es cierto que aumenta el número de personas veganas y el mercado de los productos plant-based, también lo hace a nivel mundial la demanda de carne, pescado, lácteos y huevos. Por tanto, lamentablemente, ver las estanterías llenas de no-pollo o hamburguesas vegetales no significa que estén siendo explotados y asesinados menos animales.

El ser humano ha explotado al resto de los animales desde antaño, sin embargo, la gran oferta de alimentos de origen animal disponible sólo se ha conseguido aplicando el modelo capitalista al sector agroalimentario, es decir, con la cosificación de los animales y el objetivo de criar y matar cada vez a un mayor número buscando un menor coste y ganando más beneficios económicos. De ahí surgen las macrogranjas y las piscifactorías, y las inversiones en técnicas de genética para rediseñar a los animales y sacarles más rendimiento -carne con menos grasa, por ejemplo-. Los mataderos también son máquinas diseñadas para matar al máximo número de animales lo más rápido posible, una tarea de la que se encargan las personas más vulnerables. Y es que el capitalismo se alimenta de explotar a otros sujetos.

Además, el sistema capitalista, que busca por encima de todo la acumulación de capital y bienes materiales sin límite en un planeta con recursos finitos, también daña al medio ambiente y a otros animales no domésticos.

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Un dilema para las personas veganas

Con la apuesta de las grandes compañías por artículos veganos, hay más opciones y más disponibilidad en el mercado a un precio inferior, y llegan a más consumidores, incluso a personas que hasta ahora habían estado poco receptivas. En 2021, The Vegan Society registró como nuevos productos veganos la impresionante cifra de 16.439. Según publica la organización británica, más del 82% de las certificaciones han tenido lugar en los últimos cinco años.

Sin embargo, a la vez, el desembarco de las multinacionales en el sector provoca que empresas pequeñas puramente veganas, que son antiespecistas, no puedan competir. Además, el capitalismo equipara el veganismo a una moda dietética y a una elección individual, desvirtuando el mensaje del movimiento antiespecista que pretende superar el modelo actual y no convivir con él. Por tanto, la lógica capitalista está logrando adentrarse en el veganismo para acabar con él y mantener así el status quo y su dominio. No es nada nuevo. Es la misma estrategia que emplea con el sector de la energía verde y de la alimentación ecológica.

El veganismo va más allá de la dieta. Si permitimos que se ponga el foco sólo en la comida, no avanzaremos para acabar con la crueldad animal. Los grandes sectores económicos están relacionados con la explotación de animales: la moda (cuero, pieles, seda), el químicofarmacéutico (experimentación con animales), el cosmético (experimentación con animales y uso de ingredientes de origen animal), el ocio (zoológicos, circos, acuarios…), el financiero (inversiones en alimentos) y el militar (pruebas con animales). Además, éstos forman parte de un engranaje más grande en el que hay otros conectados, así que en mayor o menor medida todo el sistema que hemos creado gira en torno a la explotación de los animales no humanos.

El veganismo, especialmente en lo que se refiere a la alimentación, también ha entrado en la agenda pública y política

Hay personas veganas que sostienen, en cambio, que el capitalismo es un aliado muy efectivo para la difusión del movimiento. Los números no mienten: ha aumentado considerablemente la cantidad de veganos -basta con ver el éxito de la campaña Veganuary- y la proyección mediática del veganismo ha dado un paso de gigante, no solo en términos de cantidad, sino también de calidad, contribuyendo de manera decisiva a que la opinión pública vea el veganismo como algo positivo en lugar de una frikada.

Al mismo tiempo, la aparición del capitalismo en el veganismo ha puesto a las personas veganas que llevan décadas luchando contra el especismo en una situación difícil. ¿Vamos a conseguir sólo con nuestras decisiones de compra individuales algún cambio sustancial para los animales? ¿Difundiendo recetas veganas por Instagram? Como vemos, llenar nuestras neveras con hummus, guacamole y no-pollo no acaba con la explotación y la crueldad hacia los animales no humanos. Para conseguir acabar con el sufrimiento animal se necesita un movimiento político fuerte que no olvide la razón de ser del veganismo: conseguir la liberación animal.

Autora: Cristina Fernández, Periodista

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