¿Qué es la disonancia cognitiva? Este término de uso frecuente hace alusión a la «teoría de la disonancia cognitiva», desarrollada en los años 50 por el psicólogo Leon Festinger. Según esta teoría, los seres humanos tendemos a buscar y mantener una concordancia entre nuestras creencias y nuestros actos – esto se llama consistencia cognitiva. Cuando esta armonía se rompe se produce un estado de tensión psicológica que la mayoría de las personas perciben como desagradable. Para resolver este malestar el ser humano busca dos posibles salidas: 1) cambiar su pensamiento o creencia para ajustarlo a su comportamiento; o 2) cambiar su comportamiento para ajustarlo a su creencia.

disonancia cognitiva
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Justificar hábitos y comportamientos

Por ejemplo, una persona que fuma es consciente de esta disonancia cognitiva cada vez que enciende un cigarro. Por una parte, la persona fumadora sabe que fumar no le beneficia, pero al mismo tiempo sigue fumando porque eso le produce placer. ¿Cómo resolver esta disonancia? La persona fumadora puede: 1) dejar de fumar, o 2) intentar convencerse a sí misma de que fumar «no es tan malo». Para ello puede usar todo tipo de argumentos, aunque sean ilógicos («de algo hay que morir», «peor es la contaminación de los coches», «mi tío xx fumó toda la vida y vivió hasta los 90», «cuando dejo de fumar, engordo»…). Además, esta persona estará muy pendiente de cualquier dato que refuerce estos argumentos, por ejemplo, si aparece una noticia en los medios sobre un estudio que no ha encontrado un efecto negativo del tabaco en un grupo de personas, el fumador amplificará su impacto e ignorará los otros 500 estudios que muestran lo contrario.

Esta técnica la aplicamos todos en mayor o menor medida para justificar comportamientos y hábitos que sabemos que nos perjudican o que son moralmente reprobables, pero que no tenemos la fuerza de voluntad para cambiar: fumar, beber alcohol, comer mal o en exceso, no hacer ejercicio, usar mucho el móvil, criticar a un compañero de trabajo, contar una mentira…

Hay que respetar a los animales…aunque yo me los coma

Desde hace unos 50 años y en las sociedades occidentales, educamos a los niños y niñas para que aprendan a respetar a los animales y a no maltratarlos. El maltrato a los animales se considera moralmente censurable. Cada vez se amplían y refinan más las leyes de protección a los animales, en más países del mundo. Los estudios científicos que muestran la compleja vida intelectual, emocional y social de cientos de especies animales, no solo terrestres sino también marinas, hace más difícil ignorar su sufrimiento y el trato que les damos.

Por ello, comer carne, pescado, lácteos y huevos hoy en día da lugar a esta disonancia cognitiva:

  1. Los animales son seres sintientes y debemos evitar su sufrimiento.
  2. Yo como los productos obtenidos mediante la explotación y la muerte de animales.

Los seres humanos tendemos a buscar y mantener una concordancia entre nuestras creencias y nuestros actos

De acuerdo a cómo nos enfrentemos a esta disonancia, los humanos podríamos clasificarnos en tres grupos:

  1. No sienten tal disonancia porque no creen en la primera premisa. No creen que haya ningún problema moral en hacer daño a un animal y por tanto no se llega a crear la tensión psicológica que se deriva de la disonancia. La inmensa mayoría de la humanidad ha vivido de esta manera durante el 99% de la historia. Aquí y allá surgía de vez en cuando una voz crítica (Pitágoras, Leonardo da Vinci, Tolstoi…), pero de forma anecdótica. Todavía hoy, esto sigue siendo la norma en muchas culturas y países del mundo. Los animales son considerados como recursos u objetos y el tema no recibe un segundo pensamiento.
  2. Están inmersos en la disonancia cognitiva. Se han educado sabiendo que causar sufrimiento a los animales es incorrecto, pero al mismo tiempo viven en una sociedad donde comer carne y otros productos animales se considera «normal, natural y necesario» (Melanie Joy, 2015). Un gran porcentaje de la población europea, americana y de otros países se encuentra en esta situación, que algunos psicólogos y filósofos académicos han llamado «la paradoja moral de la carne» o «la esquizofrenia moral». La disonancia en muchos casos se percibe y «resuelve» a nivel inconsciente, aunque suele reaparecer cada cierto tiempo. Casi todos los miembros de este grupo resuelven el malestar psicoemocional derivado de esta disonancia cognitiva mediante la justificación. Por su parte, la industria ganadera y las instituciones sociales ayudan a eliminar el malestar psicológico mediante la invisibilización del maltrato y mediante la distorsión cognitiva de las víctimas. Justificación, invisibilización y distorsión cognitiva son las patas del sistema descrito por Melanie Joy con el nombre de carnismo.
  3. Han sido conscientes de la disonancia cognitiva que supone matar animales para su consumo, han intentado durante un tiempo variable resolverla mediante la justificación («comer animales es normal, natural y necesario»), pero la persistencia del malestar o simplemente la lógica les ha llevado a cambiar la segunda premisa y a dejar de comer animales. Aunque creciente, menos de un 5% de la población de los países occidentales ha dado este paso; si consideramos a la humanidad en su conjunto es muy probable que el porcentaje no llegue al 2%.
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Matar al mensajero

Los esfuerzos continuados para justificar el consumo de carne y negar sus consecuencias amenazan con desbaratarse cuando aparece en la escena una persona vegana. La existencia de personas veganas por otra parte normales (con sus trabajos, familias, aficiones y demás) echa por tierra automáticamente el argumento de que comer carne es necesario. Lógicamente, si lo fuera, esos veganos no seguirían vivos.

Pero además, cuando vemos que hay personas que han estado en la misma disonancia cognitiva que nosotros, y que la han resuelto de forma lógica, nos damos cuenta, aun de forma inconsciente, de que nosotros no hemos sido capaces. Y eso parece crear irritación y rechazo.

La persona vegana, con su sola presencia, reactiva la disonancia cognitiva que hiberna en la conciencia de un creciente número de personas

En la última década, varios estudios han mostrado que alrededor de la mitad de los encuestados sienten animadversión por las personas veganas y las describe de forma negativa, usando adjetivos como arrogantes, estiradas, estúpidas, hipócritas, santurronas o raras. También han mostrado que esta reacción puede deberse en parte al resentimiento de percibirse juzgados por las personas veganas por el hecho de no haber dado el paso al veganismo (haya ocurrido o no este juicio en la vida real).

La persona vegana, con su sola presencia, e independientemente de que haga o diga algo, reactiva la disonancia cognitiva que hiberna en la conciencia de un creciente número de personas. Por ello, hasta ahora el esfuerzo se ha centrado en intentar excluirle de la vida social, de «matarle» socialmente. Esto se ha conseguido haciendo que fuera prácticamente imposible para un vegano comer fuera de casa, acudir a fiestas o reuniones sociales o poder recibir comida adecuada en colegios y hospitales; y también discriminándole en el sistema sanitario.

En los últimos años asistimos a un fenómeno diferente: la industria alimentaria se ha dado cuenta de la gran oportunidad que supone producir comidas veganas, y junto a los restaurantes, están popularizando las opciones veganas, que empiezan a verse como algo atractivo. Tendremos que ver si no se trata de un intento de convertir el veganismo en una «dieta de moda» desactivando así su componente ético.

Referencias:

Festinger, L. (1957). A Theory of cognitive dissonance. Stanford, CA: Stanford University Press.

Rothgerber H. Meat-related cognitive dissonance: A conceptual framework for understanding how meat eaters reduce negative arousal from eating animals. Appetite. 2020 Mar 1;146:104511.

AutoraMiriam Martínez Biarge, Médico Pediatra

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