Aunque sin duda se llevan la peor parte, los animales no son las únicas víctimas de los mataderos. Aquellos que tienen que matar (el matarife) a los animales tampoco salen bien parados de este proceso. Los matarifes sufren graves secuelas físicas, psíquicas y sociales derivadas de su trabajo, aunque hasta hace poco éstas han sido convenientemente ignoradas.

Radiografía de un matarife

Riesgos para la salud física

Debido a la violencia que los matarifes tienen que emplear en cada minuto de su jornada laboral, los mataderos son lugares peligrosos para los propios trabajadores. Cualquier descuido o accidente en una tarea que es repetitiva y monótona, pero que implica manejar cuchillos y otros instrumentos similares, puede costar un miembro o la vida. Más de 800 trabajadores de la industria cárnica sufrieron lesiones musculo-esqueléticas y de otro tipo en el Reino Unido, en un periodo de seis años, incluyendo varios casos de amputaciones, pérdidas oculares y dos fallecimientos. Entre los más de 70.000 matarifes estadounidenses, un 20% han sufrido lesiones durante el desarrollo de su trabajo; esta cifra es siete veces mayor que en cualquier otra industria.

Los matarifes y otros trabajadores de la industria cárnica tienen que pasar horas en un ambiente con altos niveles de ruido, temperatura y humedad, aunque algunos están encerrados en zonas refrigeradas con el consiguiente riesgo de hipotermia. La exposición a sustancias tóxicas como el amonio, bacterias, virus y otros patógenos es constante. Hasta el 40% de los trabajadores de la industria avícola sufren asma.

La pandemia por coronavirus, originada muy probablemente en un mercado de animales vivos en China, ha puesto de manifiesto otro de los riesgos que suponen los mataderos para sus trabajadores y para el resto de la sociedad: en Brasil uno de cada cinco trabajadores de la industria cárnica se infectó por coronavirus durante la primera ola de la pandemia. En la planta procesadora de carne porcina Smithfield’s, en el estado de Dakota del Sur en EEUU, se confirmaron 644 contagios de coronavirus, lo que constituye casi la mitad del total de contagios en ese estado en el mismo periodo,  y uno de los mayores focos de infección del país. Brotes de covid-19 en mataderos de Alemania, Portugal, Reino Unido y España, con miles de matarifes afectados, han obligado al confinamiento de poblaciones adyacentes enteras a lo largo de los últimos seis meses.

No olvidemos que los mataderos existen porque hay demanda de carne y productos animales

Consecuencias en la salud psicosocial

El trastorno de estrés postraumático ocurre cuando alguien experimenta o presencia un acontecimiento violento, traumático o amenazante; y cursa con sentimientos repetidos de estrés, miedo, depresión y otras emociones negativas. Aunque tradicionalmente ligado con las víctimas de violencia, recientes estudios señalan que también los perpetradores de actos violentos, como los homicidas, los verdugos, los soldados y los matarifes, pueden mostrar síntomas de estrés postraumático similares a los que experimentan las víctimas o los testigos de actos violentos. En el caso de los trabajadores de mataderos, además, los actos violentos que deben cometer no se limitan a un momento concreto, sino que son repetidos, minuto tras minuto, día tras día. Las consecuencias que esto tiene para la salud psicosocial de estas personas incluyen depresión, crisis de ansiedad y de pánico, paranoia, sentimientos de disociación y desensibilización, de pérdida de identidad y de aislamiento respecto al resto de la sociedad, así como amnesia.

Todos los estudios que han examinado la frecuencia y gravedad de trastornos psicológicos han encontrado que los trabajadores de la industria cárnica, y especialmente los que trabajan como matarifes, muestran peor salud mental que cualquier otra profesión con la que se compare.

Los empleados de mataderos tienen también más riesgo de padecer alcoholismo o drogadicción, y con más frecuencia que la población general se ven involucrados en actos criminales, incluyendo violencia de género e intrafamiliar. Usando datos del FBI y del censo de los EEUU, un estudio publicado en el año 2009 comparó las tasas de criminalidad en más de 500 municipios estadounidenses. Aquellos municipios en los que se había instalado un matadero la tasa de criminalidad global, los crímenes violentos y los crímenes sexuales se habían incrementado de forma desproporcionada y este aumento no se podía explicar por factores como el porcentaje de desempleo u otros factores económicos o sociales.

¿Causa o consecuencia?

La profesión de matarife no ha sido ni es una profesión socialmente reconocida ni apreciada, y está mal pagada. En Estados Unidos los inmigrantes constituyen más de la mitad de los trabajadores de los mataderos, mientras que solo son el 17% de la población general. En el Reino Unido el porcentaje de inmigrantes se eleva hasta el 70% y en la industria porcina catalana hasta el 90%. La mayoría de estas personas no tienen estudios o solo tienen estudios básicos, no hablan la lengua local ni conocen sus derechos, muchos están indocumentados, y no tienen otras opciones de trabajo. Aun así la industria cárnica se enfrenta periódicamente a escasez de matarifes, especialmente en momentos de aumento de demanda de carne, como son las navidades.

Aunque algunos estudios señalan que es más probable que personas con psicopatologías previas terminen matando animales para ganarse la vida, otros investigadores apuntan a que las condiciones de aislamiento y perpetración diaria de actos extremadamente violentos es lo que conduce a la desensibilización y en consecuencia al aumento de agresividad y crueldad que muestran muchas de estas personas.

En el Reino Unido el porcentaje de trabajadores inmigrantes se eleva hasta el 70% y en la industria porcina catalana hasta el 90%

¿Quién es responsable?

Sería tentador responsabilizar a los matarifes y otros empleados de la industria cárnica por las crueles prácticas que todos hemos podido ver en los vídeos difundidos por activistas de los derechos animales – en muchas ocasiones grabados por trabajadores del propio centro, como ocurrió en el matadero de Limoges, en Francia, donde el ex matarife Mauricio García Pereira ayudó a una asociación animalista a grabar y difundir las escenas que él tenía que presenciar diariamente – sin embargo, éstos no solo son los eslabones más débiles de la industria, sino víctimas ellos mismos. Es evidente que la mayoría no estarían trabajando allí si tuvieran mejores opciones y si ese trabajo, en primer lugar, no existiera. No olvidemos que los mataderos existen porque hay demanda de carne y productos animales. Cuando veamos a un empleado de un matadero maltratando a un animal la pregunta que deberíamos hacernos no es ¿Por qué lo hace? si no: ¿Quién le ha pagado para que esté allí?

Fuentes:

Autora: Miriam Martínez Biarge, Médico Pediatra

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