Desde que comenzó la crisis de la COVID-19, la afectación que la pandemia está teniendo en el mundo que conocemos -o conocíamos- está siendo inmensa. Tan inmensa que aún hoy no tenemos capacidad para parametrizar todos sus efectos, no obstante, y de forma inmediata a la explosión de esta crisis general, sí que comenzamos a conocer algunos de los “daños colaterales” que, desde los inicios, comenzaron a recaer de forma directa sobre la vida de millones de animales alrededor del planeta.

Los daños colaterales de la COVID-19 sobre los animales destinados al consumo

Sin duda, el mayor volumen de individuos afectados son los de aquellas especies explotadas para el consumo humano, nos referimos a vacas y terneras, cerdos, aves como los pollos, animales lactantes como el cordero, cabrito y el cochinillo, y un gran número de pequeños mamíferos como los conejos.

Tras estallar la pandemia en nuestro país inmediatamente se tomaron medidas con el fin de garantizar el abastecimiento de alimento a toda la población. Desde medidas para asegurar que los ganaderos pudieran atender sus puestos de trabajo, para que los mataderos siguieran operativos hasta agilizar los transportes en el ámbito nacional y evitar así episodios como los que tuvieron lugar durante varias semanas en Europa en las que vimos largas colas de camiones llenos de animales esperando poder entrar a Rumanía, Polonia o Turquía. Todo ello se articuló en los inicios de la pandemia para evitar una consecuencia peor, un colapso en las granjas que llevara a los animales a permanecer en condiciones de vida aún peores de las que ya tienen normalmente.

Pero este problema volvió a presentarse más tarde, durante el confinamiento, ya que varios productos de origen animal vinculados a la restauración y como consecuencia del cierre de bares, hoteles y restaurantes, se vieron de repente “fuera de mercado” junto a todos los animales explotados para su producción.

Este es el caso de los animales que entran dentro de la clasificación del vacuno: la carne de vaca, buey y toro, que, tras la compra compulsiva de la primera semana de confinamiento, ha sufrido una gran depreciación debido, por un lado, al cese de la demanda por parte de la restauración, y por el otro, debido a la paralización de la salida de canales hacia Argelia, Libia y Arabia Saudí.

Una de las producciones más afectadas es la de los animales que se comercializan como “lechal”, mayoritariamente la de cochinillo – lechón de leche-, que se alimenta únicamente de leche materna y que, justo cuando se desteta, entre las 3 y 7 semanas de edad, se envía directamente al matadero.

Con este artículo pretendemos difundir la necesidad de replantear nuestro sistema de alimentación y el sistema capitalista que lo gestiona

Si bien ya es suficientemente inmoral separar a una cría de su madre a los pocos días de vida y matarla para ser consumida, en los últimos dos meses, el gran volumen que España ha criado para este fin debían haber sido sacrificados a mediados de abril para coincidir con la Semana Santa, y dar así respuesta a la demanda del turismo nacional e internacional que consumen miles de kilos de esta carne cada año. Pero el estado de alarma, acompañado del cierre de hoteles y restaurantes, ha provocado que estos “productos” no tengan salida y que los ganaderos se hayan planteado y se sigan planteando qué hacer con los animales si no pueden mantenerlos en las granjas, por la falta de recursos, espacio y salida en el mercado.

Algo similar ocurre con el cordero y el cabrito lechales, que también se denominan así por su alimentación exclusiva de leche materna. El cordero se suele sacrificar a los 35 días y el cabrito normalmente entre los 25-30 días de vida más o menos, y en cualquier caso siempre antes de los 45 días.

Son “productos” fuertemente ligados a los restaurantes y hoteles y de ahí la gran dependencia del turismo. Durante estas semanas en las que ha sido y es imposible darles salida en el mercado, los ganaderos siguen considerándolo un problema económico del presente, pues no son valorados como un beneficio a futuro, y probablemente su destino sea tristemente similar al de los lechones.

Los ganaderos han pedido ayudas al MAPA (Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación) para realizar un almacenamiento privado, es decir, conservar a los animales principalmente congelados para cuando haya más demanda. Ayudas que, según ha anunciado el Ministerio, se prevé destinar 10 millones de euros para compensar a los ganaderos españoles. A su vez, España ha trasladado esta misma petición a la Comisión Europea, así como otros muchos países, y además todos los ministros de Agricultura de la UE han aprobado un documento de ayuda al sector, en el que se recoge explícitamente la petición de un almacenamiento para los cuerpos de estos animales a nivel europeo.

 Los daños colaterales de la COVID-19 sobre los animales destinados al consumo

En cuanto al sector avícola, queremos hacer referencia sobre todo a los pollos, concretamente a los de tipo broiler, una variedad desarrollada específicamente para la producción de carne. Los pollos de tipo broiler se alimentan especialmente a gran escala para la producción masiva y eficiente de carne y se desarrollan y engordan en un período rápido de tiempo. En España, la producción total se cifra en torno a los 46 millones de pollos cada mes, más de 550 millones de animales al año, de los que un 25 % se derivan al canal Horeca, circuito de distribución de productos y alimentos específicos para el sector de la hostelería y la restauración.

Al comienzo de la crisis y especialmente durante los primeros días del estado de alarma, se produjo un aumento considerable de la demanda de productos derivados del pollo: parte de la población entró en pánico, comenzó a comprar de manera compulsiva y los productos se agotaron en los supermercados, por lo que los distribuidores (supermercados, hipermercados y otras superficies) solicitaron un aumento de la producción. Pero a partir del mes de abril la situación comenzó de alguna manera a “estabilizarse” y la venta de aves, sobre todo de pollos, se estancó, con el añadido de que los restaurantes y bares se cerraron imposibilitando la distribución de ese 25%.

En el 2019 España recibió 83,7 M de turistas extranjeros, en el 2020 esto no será posible ni de lejos. Estimando que los turistas (principalmente alemanes, franceses e ingleses) consumen una media de 300g de carne de ave por estancia, estaríamos hablando de casi 25 millones de kilos de carne de ave que anualmente estaban destinados al turismo. Ahora que esto es totalmente inviable, ¿¡qué pasará con esos millones de pollos!?

Como si el futuro de estos animales, que ya estaba escrito, no hubiese sido lo suficientemente cruel sólo por el hecho de estar destinados al consumo negándoles una vida en libertad, en la actualidad además puede que su sacrificio no “sirva” tan siquiera para eso y que sus cadáveres sean simplemente incinerados para evitar una bajada de precios masiva en el mercado.

En resumen, con este artículo pretendemos difundir la necesidad de replantear nuestro sistema de alimentación y el sistema capitalista que lo gestiona, ya que además de todo el sufrimiento que implica, incluso durante la pandemia, los animales seguirán acabando en el matadero a los pocos días de vida y se convertirán en un “estorbo” en un sistema que valora su existencia sólo en relación al beneficio económico que nos pueda generar.  

Más información en www.faada.org

faadaAutora: Carla Cornella, presidenta de FAADA (Fundación, para el Asesoramiento y Acción en Defensa de los Animales) | www.faada.org

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