El origen del virus del COVID-19 debería hacernos reflexionar sobre la necesidad de replantearnos la forma de relacionarnos con los animales.

El virus del COVID-19 puede enseñarnos a replantear el consumo y la explotación de los animales

Desde inicios de 2020 hemos visto como la propagación del nuevo coronavirus COVID-19, además de provocar miles de víctimas mortales, ha derivado en el cierre de la actividad escolar a nivel mundial, el cierre de comercios, centros de ocio y otros servicios no asistenciales, obligando a millones de personas a confinarse en sus hogares. Sin duda se trata de una parada mundial sin precedente.

Sin embargo no se trata del único brote vírico que hemos sufrido en el último siglo, sino que, de forma cíclica, nos enfrentamos a pandemias que tienen un denominador común: la transmisión de enfermedades infecciosas entre animales y de animales a humanos.

Probablemente, los seres humanos tenemos una gran responsabilidad sobre la propagación de estas enfermedades infecciosas ya que, sin ir más lejos, el confinamiento prolongado de especies que, en estado natural, no convivirían juntas, favorece la propagación del contagio y la mutación de virus y coronavirus.

¿Qué son los coronavirus?

Son un tipo de virus que suelen causar enfermedades leves, como el resfriado, pero también pueden causar problemas más graves como el síndrome respiratorio agudo grave (SARS). Al igual que la gripe, los coronavirus suelen ser particularmente -aunque no únicamente- peligrosos para personas con sistemas inmunes debilitados, personas mayores y personas con afecciones a largo plazo (diabetes, cáncer o enfermedad pulmonar crónica).

¿De dónde provienen?

Se cree que el nuevo coronavirus COVID-19 se originó en un abarrotado «mercado húmedo» en Wuhan (China), un lugar donde se venden animales vivos como marmotas, aves, perros, cerdos, tejones, conejos, murciélagos, serpientes, cigarras, escorpiones, ratas de bambú, ardillas, zorros, salamandras, tortugas, cocodrilos, pangolines, gatos de civeta, etc.

La propagación del coronavirus COVID-19 ha sido causada por el confinamiento, la explotación y el consumo de animales

Todos ellos como producto del tráfico ilegal. Todos ellos hacinados en diminutas jaulas, una junto a la otra, apiladas una sobre la otra de modo que las heces y todo tipo de fluidos y pus de los animales en jaulas superiores inunda las de los que se encuentran debajo, resultando en una mezcla perfecta de transmisión de enfermedades infecciosas.

Los mercados húmedos de hecho, se llaman» húmedos» porque en ellos los animales se suelen sacrificar frente a los clientes y son desollados “enviando” un cóctel de microorganismos al aire. La exposición a gotitas respiratorias, heces o fluidos corporales de animales, o de cadáveres y carne cruda, brinda muchas oportunidades para que nuevas cepas de virus infecten a los humanos.

Es probable que en el caso del COVID-19 el virus haya pasado de los murciélagos a otros animales, presuntamente pangolines, y de estos últimos a los comerciantes y clientes del mercado.

Otros brotes anteriores también de origen animal

Asimismo lo hemos visto antes con el VIH/SIDA, el Ébola, el Zika, la gripe aviar, la enfermedad de las vacas locas y la SARS, todas infecciones de origen animal. El Ébola provenía de primates, previamente infectados por murciélagos, e ingeridos después por aldeanos que vivían en la selva africana. Se cree que el brote de SARS de 2003, que mató a 774 personas, fue causado por un virus animal, quizás de nuevo por murciélagos, y que se propagó a gatos de civeta y humanos en la provincia de Guangdong, en el sur de China.

Es entonces acertado afirmar que en todos los casos, la confinación de animales salvajes y de animales considerados domésticos, además de suponer una brutal agresión a sus derechos, puede poner en riesgo la vida de los seres humanos.

Con la llegada del coronavirus COVID-19, China trata ahora de prevenir la aparición de otras zoonosis (enfermedades de origen animal) mediante el cierre, por fin, de los mercados de vida silvestre y la eliminación definitiva de su comercio como alimento.

El virus del COVID-19 puede enseñarnos a replantear el consumo y la explotación de los animales

Una buena noticia, sin duda. Pero al mismo tiempo, el Gobierno chino no ha prohibido la otra gran vía de contacto entre humanos y animales salvajes: el comercio de animales vivos para su uso en la medicina tradicional. La medicina tradicional china tiene consecuencias devastadoras para muchas especies de fauna silvestre. En algunos casos, la caza furtiva de animales para usar las partes de sus cuerpos en la medicina tradicional es la razón principal de que algunos se enfrenten a la extinción.

Ese es el caso de los pangolines, de los que se han cazado millones entre los años 2000 y 2013. La demanda de estas pequeñas criaturas que se alimentan de hormigas se debe a sus escamas, que se muelen para formar un polvo o una pasta y, supuestamente, ayudan con la lactancia, la artritis y otras afecciones. Otros animales afectados son los rinocerontes y los tigres, codiciados por sus cuernos y huesos que, según se cree, poseen propiedades sanadoras. Sin embargo, escasean las evidencias científicas que sugieren que dichos tratamientos son efectivos, pese a que, en algunos casos, los pacientes observan resultados por el efecto placebo.

Además, como remedio para paliar los efectos del COVID-19, actualmente la Comisión Nacional de Salud de China está promoviendo el comercio de inyecciones de bilis de oso, que se obtiene de sacar bilis en vivo a osos enjaulados en diminutos espacios donde apenas pueden moverse sometidos a un intenso dolor e infecciones permanentes. Es curioso y contradictorio que por un lado se cierre el comercio de animales vivos como alimento y, por otro lado, se promueva el comercio de partes de animales como tratamiento médico.

La medicina tradicional china tiene consecuencias devastadoras para muchas especies de fauna silvestre

De nuevo llegamos al mismo punto de partida, quizás todo radica en nuestros hábitos como sociedad, cómo desconsideramos la vida de los otros seres vivos, criándolos y hacinándolos, manipulándolos, medicándolos excesivamente con antibióticos para soportar la vida en granjas industrializadas y haciéndoles vivir de forma cruel en ambientes artificiales a nuestro antojo. Quizás este es el precio que nos toca pagar por todo lo que estamos haciendo con los animales y quizás esta crisis nos permita reflexionar para cambiar hábitos destructivos para avanzar hacia otros más amables con los humanos, los demás animales y el planeta.

No hay duda de que la propagación del coronavirus COVID-19 ha sido causada por el confinamiento, la explotación y el consumo de animales, y no debería haber duda de que nuestro futuro como especie pide a gritos que cambiemos radicalmente nuestras prácticas de consumo y la manera que tenemos de relacionarnos con otros seres vivos.

Más información en www.faada.org

faadaAutora: Carla Cornella, presidenta de FAADA (Fundación, para el Asesoramiento y Acción en Defensa de los Animales) | www.faada.org

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