Lo hemos oído en multitud de ocasiones: «las personas veganas son todas urbanitas». Sin embargo, el veganismo tiene representantes también en las zonas más agrestes de nuestro país. El veganismo ha llegado al pueblo.

Veganismo de pueblo. El respeto por los animales sale de la ciudad y devuelve la vida a lo rural.

Quizá la primera referencia que viene a la mente cuando pensamos en veganismo rural es la de los santuarios de animales, esos oasis de ternura y cuidados, refugio para los animales supervivientes a la industria animal. Pero no solo están ellos: también hay individualidades, familias, y cada vez más, emprendedores que montan sus proyectos de autoempleo en el pueblo.

Paula precisamente se hace llamar así, «la vegana de pueblo», en sus redes sociales. Esta veinteañera nacida y crecida en un pequeño pueblo catalán, Les Fonts de Sant Quirze, destaca que se pasó al veganismo por cuestiones éticas: «me hice vegana con quince años y en seguida empecé a querer difundir el veganismo por los animales». La «vegana de pueblo» se propuso publicar recetas «económicas, con pasos sencillos». Para ella, además, es muy importante su vinculación con el municipio donde nació y también con el de su padre, Helechosa de los Montes, una diminuta aldea de la provincia de Badajoz: «Me gusta destacar que soy de pueblo porque yo nunca he tenido acceso a grandes superficies, y mucho menos a tiendas específicas veganas».

Paula admite que hoy en día la accesibilidad a los productos veganos procesados es total: «soy consciente de que en internet ahora te envían todo tipo de alimentos veganos estupendos a casa, pero yo quería ayudar a que el inicio del cambio a una alimentación vegana sea especialmente sencillo».

Al preguntarle cómo es ser vegana y vivir en un pueblo, Paula no duda: «Muy fácil. Hasta en el pueblo de mi padre, que tiene 600 habitantes, hay un pequeño colmado del que saco todo lo que necesito para mi día a día, adaptando las recetas tradicionales de toda la vida en sus versiones veganas».

Cuando ella se hizo vegana, nadie en su municipio sabía lo que suponía ser tal cosa, pero las cosas han cambiado: «ahora cada vez más, les hablas de veganismo y ya saben lo que es». Respecto a las opiniones de sus vecinas, reconoce que hay de todo: «No he recibido críticas, aunque a veces sí que hay caras raras o hacen bromas. Y también hay quien dice que me admira».

Mariola vive su veganismo «desde el convencimiento de que estoy haciendo lo correcto»

400 km al sur por la costa, en Miramar, un pueblecito de 2.000 habitantes al Sur de la provincia de Valencia, vive Mariola. Para ella, «ser vegano no es solo no comer productos de origen animal; incluye también no aceptar la explotación animal de ninguna manera. Es una opción política. Si queremos un mundo sostenible, eso pasa por rechazar el modelo actual de industria alimentaria».

Mariola vive su veganismo «desde el convencimiento de que estoy haciendo lo correcto», aunque asegura que en el pueblo le han dicho de todo: «que si no echo de menos comer carne, que ni no estoy muy flojita, que si es una moda, que si los animales nacen para servir de alimento». Por otra parte, asegura que no tiene problemas de convivencia: «En Miramar no hay tradición de maltrato de animales en fiestas; tampoco hay granjas, por lo que no tengo enfrentamientos directos». Sus vecinos la conocen como «la chica de los gatos cuyo rellano siempre huele rico», afirma contenta.

Encaminando nuestra ruta hacia el interior de la península, en Sebúlcor, un pequeño pueblo segoviano, viven Silvia y Nacho. En una casita en el corazón de la pequeña población se encuentra el obrador donde elaboran de forma artesana su cerveza vegana Veer. Maceración, cocción, fermentación y maduración son los pasos necesarios para crear los preciados caldos. Al ritmo de estos pasos viven la vida desde 2011 Nacho y Silvia. Es un ritmo tranquilo, de pueblo, sin prisa pero siempre con cosas para hacer.

Estos cerveceros artesanos elaboran un producto sostenible, ecológico y vegano. «No, no todas las cervezas son veganas», responden a nuestra pregunta: «nuestra cerveza no lleva ningún ingrediente de origen animal. Pero hay otras que, por el contrario, contienen clarificantes o cola de pescado e incluso gelatina, miel, o lactosa, aunque a menudo no se indica en la etiqueta, porque no son ingredientes propiamente dichos, sino aditivos para la elaboración».

Además de los ingredientes, todos ecológicos, Silvia y Nacho cuidan mucho la gestión de los residuos, no desperdician nada: «el bagazo y la levadura los utilizamos para compost, que luego incorporamos como fertilizante en la huerta y en el bosque comestible». Así cierran el ciclo de nutrientes, devolviendo a la tierra los productos que sacaron de ella.

Para Silvia,  “puedes practicar el veganismo en cualquier lugar. La práctica del antiespecismo es independiente al sitio donde te encuentres”, explica. Eso sí, por vivir en una zona rural, asegura que vive la explotación animal en su día a día de un modo quizá más cercano que en la ciudad: «Las granjas están a la vista. Las personas dueñas de esas granjas son con las que te relacionas día a día. Por otra parte, unos días sales de casa y huele a pino, otros días sales y huele a purín, como en muchas otras zonas rurales de España, donde se están acumulando las granjas de cerdos y sus perjudiciales vertidos tóxicos”.

De los campos castellanos atravesamos la meseta hasta los verdes pazos gallegos. Allí, al norte de la provincia de Ourense, encontramos a Manolo y Carmen en el Caserío da Castiñeira, una casa rural vegana que descansa a diez minutos de los cañones del Sil.  La pareja gestiona desde 2008 este lugar rodeado de abedules, de robles y de castaños, pensado para el descanso, la contemplación, las caminatas… Y para el buen comer, porque Carmen y Manolo tienen claro que ser vegano es también disfrutar de un modo muy rico de alimentarse.

Carmen y Manolo tienen claro que ser vegano es también disfrutar de un modo muy rico de alimentarse

«La gente del pueblo al principio nos miraba raro, pero encajamos enseguida. Y alucinan con que no comamos solo patatas y ensalada. Con nosotros se han dado cuenta de que comer vegano es comer rico», nos explica Manuel. Poco a poco, han ido animando a otros negocios de la zona a que ofrezcan opciones aptas para veganos: «por aquí están viendo que el veganismo además de ético es rentable, así que han ido añadiendo alternativas en sus cartas, con lo cual a quien viene al hotel podemos recomendarle un montón de lugares que pueden visitar».

«Si tenemos que comentar algún punto negativo», precisan, es que «el ser vegano te hace tener una sensibilidad especial hacia el maltrato animal. Entonces, al vivir en un pueblo, vemos de cerca ahora por ejemplo las matanzas; o te encuentras con los cazadores. Ver cómo pasan los coches con los jabalís atados en los remolques… Es un dolor que quizá si no tuviéramos esa sensibilidad no nos afectaría tanto», confiesa.

Pero Manuel prefiere concluir con su alegría característica: «Estamos contentos porque hemos conseguido que gente reduzca mucho el consumo de animales. Al comprobar que lo que hacemos es saludable, que la comida está muy rica, y que comiendo así estamos muy bien, observan que hacemos deporte y somos como la prueba viviente de que el veganismo es salud». Insiste: «Somos muy afortunados. Ponemos nuestro granito de arena en lo que creemos, y abrimos nuestra casa a gente vegana de todos los lugares, conocemos gente maravillosa, somos unos privilegiados».

Autora: María Ruiz, Doctorando en Comunicación por la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona)

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