¿Estamos siendo adoctrinados en el especismo? ¿Qué nos explicaban de los animales cuando éramos pequeños? Y hoy, ¿qué nos muestra la publicidad? ¿Son reales las vacas que ríen, los cerdos descansando a la sombra de un árbol o las gallinas felices?

Publicidad alimentaria especista y engañosa

Retrocedamos en el tiempo y recordemos qué nos contaban sobre los animales cuando éramos niños, en el colegio, en los cuentos o en los programas infantiles. Nos dijeron que las gallinas nos daban huevos y las vacas leche, y nos mostraban coloridas ilustraciones de granjas en las que humanos y animales convivían felizmente. Nos mintieron. ¿Qué habría pasado si nos hubiesen explicado la verdad desde el principio? Que el filete de pollo es un broiler de un mes de vida con las patas fracturadas por su propio peso. O que la taza de leche del desayuno es un recién nacido apartado de una madre que es embarazada una y otra vez y ordeñada hasta el dolor. Seguramente, habríamos sentido un fuerte rechazo. Como dijo Paul McCartney “Si los mataderos tuvieran paredes de cristal, todos seríamos vegetarianos”.

Sin embargo, cuando somos adultos, se nos sigue engañando. Pero ahora somos conscientes de ello y aun así elegimos participar en el engaño. Aquí entra en juego el fenómeno de la disonancia cognitiva. Los humanos necesitamos mantener un cierto grado de coherencia entre nuestras ideas y nuestras conductas. Cuando no es así, se produce un conflicto interno que puede poner en peligro la estabilidad emocional y psicológica. Para evitarlo, las personas escogen dos caminos: unas intentan cambiar su conducta para vivir en coherencia con sus ideas, y otras tratan de racionalizar y justificar sus actitudes. La publicidad conoce muy bien la teoría de la disonancia cognitiva y la utiliza para sus propios fines. Se enfoca principalmente en el segundo grupo, proporcionándole lo necesario para que pueda mantener el autoengaño sin esfuerzo. Y así se da la simbiosis perfecta entre las distintas industrias y el consumidor.

Son frecuentes las campañas publicitarias donde vemos a granjeros expresando afecto por sus animales o estampas idílicas de la vida rural

Podría decirse que el sector alimentario es el que más esfuerzos tiene que realizar para minimizar el dilema ético entre el rechazo hacia la violencia de la explotación animal y el placer que proporcionan los alimentos provenientes de esos abusos. Aunque en realidad es tan sencillo como proseguir por ese camino asfaltado del adoctrinamiento de nuestra infancia, y continuar mostrándonos vacas que ríen, pastos paradisiacos, cerdos descansando a la sombra de un árbol o gallinas felices. Son frecuentes las campañas publicitarias donde vemos a granjeros expresando afecto por sus animales o estampas idílicas de la vida rural. También es habitual que se nos presente la explotación animal como una relación de colaboración mutua, casi casi de igual a igual, sin atisbo de dominancia de una especie sobre las otras. Otra estrategia muy utilizada, es recurrir a lo emocional e introducirse en nuestros recuerdos más tiernos y exaltar los más bellos valores humanos. De esta forma, no solo apartan a un lado el origen de la posible disonancia, sino que además, hacen sentir bien al espectador. ¿Hay algo más cómodo que dejarse llevar y querer creer lo que nos están contando?

Que los medios de comunicación tienen una enorme influencia en la sociedad, es algo indiscutible hoy día. Estamos sometidos a un bombardeo constante de información. Se calcula que al día podemos recibir unos 3000 impactos publicitarios, entre anuncios de televisión, radio, internet, revistas, carteles en la calle o propaganda en nuestro buzón.

La publicidad conoce muy bien la teoría de la disonancia cognitiva y la utiliza para sus propios fines

Otro punto incuestionable es que los medios influyen en gran manera en nuestras costumbres y decisiones e incluso en nuestras ideas y en la forma en la que percibimos el mundo. Hay expertos que afirman que el volumen de información que recibimos a través de internet, medios audiovisuales, prensa, revistas o radio, sobrepasa en gran medida a la que se recibe en la escuela a través de la enseñanza.

Y con todos estos ingredientes tenemos el caldo de cultivo perfecto para que los consumidores no tengan que enfrentar una realidad que choca frontalmente con su sistema de creencias. Melanie Joy lo llama “anestesia emocional”. La publicidad nos la inyecta y nosotros la aceptamos.

Autora: Noemí Alba, Activista por los derechos de los animales

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