Uso y abuso de los perros de caza. – Se cree que fue el perro el primer animal en ser domesticado por el ser humano. Las investigaciones afirman que todos los perros actuales tienen como antepasado común a un lobo pequeño que habitaba en el sudeste asiático. La hipótesis más aceptada por los científicos es que se produjo una división genética entre el perro y el lobo en el paleolítico superior, hace más de 15.000 años. El proceso de domesticación fue muy gradual y surgió, probablemente por una coexistencia de beneficios mutuos. El humano, a cambio de comida, recibía protección ante ciertos depredadores. Más tarde, se fue incluyendo al lobo-perro en otras actividades como la caza o el pastoreo y muy lentamente, fue cambiando su morfología según las necesidades adaptativas. Desde entonces, el perro, ha acompañado los pasos de los humanos, para bien, pero sobre todo para mal.
Así pues, fue la caza una de las primeras actividades que ambas especies realizaron en equipo, algo que hoy día, después de más de 10.000 años, no parece haber cambiado. Durante este larguísimo periodo de tiempo, el perro ha ido pasando por una serie de selecciones genéticas que han dado lugar a cientos de razas diferentes con características físicas especializadas según la tarea que tengan que realizar en la cacería.
Según datos de 2017, en España se tramitaron 850.000 licencias de caza. Conociendo estas cifras, podemos hacernos una idea de la cantidad de perros que nacen, viven y mueren, vinculados a la actividad cinegética. Somos el segundo el país con mayor número de cazadores de Europa, solo superados por Francia. Y el país en el que las cifras de abandono son más espeluznantes. La Fundación Affinity estima que cada año se abandonan más de 130.000 perros y gatos. 50.000 de ellos son tan solo galgos. En este recuento no se contabilizan aquellos que son asesinados, que desaparecen sin más, o son rescatados por particulares.
El pasado año el Gobierno presentó, en una sesión parlamentaria, un informe sobre el maltrato a perros que recopilaba datos desde 2012 hasta 2016. En él, se estimaba que 66.242 perros habían padecido algún tipo de maltrato, de los cuales 27.724 eran perros de caza. Más del 40%, una cifra alarmantemente elevada, teniendo en cuenta que la caza se trata de un sector minoritario. Estos son números en función de casos registrados, pero la verdadera dimensión de abandono, maltrato y muerte es, con total seguridad, mucho mayor.
Algunos cazadores intentan criar ellos mismos a sus perros, sin embargo, obtener el cruce perfecto no es algo sencillo. Aquí entran en escena los criadores, quienes son expertos en mantener el pedigree y conseguir individuos con capacidades óptimas para la caza. El negocio de la venta de cachorros da grandes beneficios y las mafias lo saben. Los criaderos ilegales trafican con perros de raza y salen a mitad de precio que en el mercado, lo cual es perfecto para los cazadores. Los canes suelen vivir hacinados en jaulas, en pésimas condiciones sanitarias e higiénicas y las hembras son obligadas a parir varias veces al año para retirarles los cachorros a los pocos días de nacer. De cada camada solo se seleccionan los más aptos, los que cumplen con ciertos patrones de comportamiento y se ajustan a los requisitos físicos de la raza. Los demás son descartados. Los robos son también una realidad frecuente, por lo que conviene tomar muchísimas precauciones cuando se adopta a un perro de estas características, ya que son una tentación para los aficionados a la caza.
Si los criaderos son duros centros de explotación, las rehalas o perreras donde viven los animales pueden ser auténticos lugares de tortura. Los perros deben ser entrenados desde cachorros para lograr de ellos una sumisión absoluta. Esto se logra a través del miedo y las palizas. Es muy habitual que vivan encadenados o encerrados en zulos pequeños y mal alimentados. De esta manera, el nivel de ansiedad y hambre se va elevando hasta el día de caza y así, con tanta energía acumulada, serán más veloces y más eficientes. Las consecuencias de este trato son múltiples y van más allá de la enfermedad, las lesiones y la desnutrición. La falta de estímulos provoca problemas de conducta que van desde la agresividad hasta los movimientos estereotipados. El maltrato y el temor constante a los golpes dan lugar a un trastorno de indefensión aprendida en la que el perro queda anulado emocionalmente al sentir que no tiene ningún control sobre su entorno. Deja de reaccionar y entra en depresión. Tras la montería o la jornada de caza, regresan a sus zulos, y aquellos que no hayan realizado su trabajo de forma correcta, serán castigados. Haber ladrado en el momento menos adecuado, espantar una presa, distraerse por el monte, no correr lo suficiente, desobedecer, mostrar poco autocontrol o quedarse con una pieza.
Cualquier comportamiento que no se ajuste a las expectativas del cazador, puede ser motivo de una paliza o un golpe
Si alguno se ha perdido durante la cacería, solo se le buscará si se considera un ejemplar de valor, que cace muy bien y sea interesante para cruces y cría. Igual sucede con los heridos o los accidentados, quienes no suelen recibir asistencia veterinaria. Es difícil llegar a imaginar el grado de sufrimiento de estos animales. En el ámbito rural, no se les reconoce la capacidad de sentir dolor y se les considera como simples herramientas de trabajo. Aunque cueste entenderlo, todavía hay muchas personas que no encuentran ningún tipo de dilema ético ante el hecho de apalear a un perro o ahogar a una camada de gatos.
Cuando finaliza la temporada de caza, para muchos de estos perros, finaliza también su corta y triste vida. Al ser meros objetos de usar y tirar, lo habitual, llegado este momento, es deshacerse de los perros que ya no van a servir para la siguiente temporada. Los más afortunados serán abandonados a su suerte. El ahorcamiento de galgos es casi una tradición en España, aunque también se han encontrado perros en el interior de pozos, atropellados, encerrados y al borde de la inanición, con plomo en sus cuerpos o moribundos por otras prácticas crueles. De aquellos que son rescatados, solo unos pocos encontrarán un hogar. Muchos sufrirán difíciles secuelas psicológicas que podrán superar con paciencia, cariño y conocimientos sobre etología canina.
La plataforma “No a la caza con galgos y otras razas” (NAC) viene realizando protestas cada año en distintas ciudades españolas, apoyada por las asociaciones animalistas y algunos partidos políticos. Se reivindica un mayor control en la tenencia de animales y penas más duras ante los casos de maltrato. Quizá algún día logremos dejar de ostentar el dudoso honor de estar en los primeros puestos en crueldad animal.
Autora: Noemí Alba, Activista por los derechos de los animales
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Publicado en Bueno y Vegano Octubre 2018
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